martes, 20 de marzo de 2012

POBRE DANIEL  
                                                                          

Gerardo Farfán              


Confieso Daniel que no te conozco, y sin embargo, por lo que se dice,  siento pena por ti.

Algunos de los que dicen conocerte, te describen como “carismatico y buena onda” poseedor de un don de gentes (Disposición peculiar de quien es muy sociable en el trato y tiene facilidad para atraer y persuadir a los demás), y que por eso “es imposible” que hayas incurrido en las causales de rescisión que la ley señala como suficientes para terminar la relación laboral que la Universidad tenía contigo (un argumento en tu defensa, no muy sólido Daniel, que tú como abogado supongo debes saberlo).

Después de escuchar y leer a tus simpatizantes y a tus detractores, muchos de los cuales dicen conocerte y muchos más que jamás te han visto o leído, pero saben de ti “de oídas”, estoy convencido de que se ha creado toda una leyenda urbana alrededor de tu persona. ¿Cómo creer todo lo que se dice de Daniel, o ¿por qué no creer todo lo que se dice de él? son dos preguntas que quizás para ti sean fáciles de responder pero no lo son para un servidor.

¿Crees tú que todo lo que se diga o se escriba deba creerse tal cual?. ¿Será cierto para ti aquel principio general de derecho: el que afirma está obligado a probar?.

Por lo que he leído en algunas de las cosas que escribes, es evidente que a ti, Daniel, se te facilita afirmar cosas sin ofrecer prueba concreta alguna. Eso sería comprensible tratándose de personas no entendidas de lo que es el Derecho, pero... ¿de un abogado, Daniel?.

De ti Daniel, se dicen tantas cosas, unas cómicas, otras dramáticas, y algunas incluso trágicas, que quizás sea injusto creerlas todas: Que eres un falso adulador; que sirves a intereses políticos dentro de la Universidad, pero ajenos a ella; que lo que menos te interesa son los alumnos; que mientes con facilidad y con frecuencia; que a todo le tiras y a nada le pegas; que no sabes perder; que en todos los asuntos en los que has querido perjudicar a la universidad, los tribunales te han dado de palos; que en los últimos años estás atrapado en una enfermiza obsesión por Alejandro Mungaray, de quien inclusive criticas su apariencia física y temerariamente –y sin probarlo- lo señalas como mahechor; que en tu currículum incluyes que hace años fuiste “candidato a representante del personal académico de la Facultad de Derecho ante el Consejo Universitario” (esto último de plano, reconozco Daniel, que no creo que lo hayas hecho).

También se dice Daniel, que a pesar de tu avanzada edad eres un “latin lover”, todo un seductor; que eres en extremo vanidoso; que te adjudicabas sin rubor el título de “el mejor procesalista con que cuenta la facultad de derecho”; que a pesar de que dices ser el mejor de los mejores, ninguno de los alumnos de dos de tus grupos alcanzó calificación ordinaria aprobatoria en la materia que impartías, es decir, los reprobaste a todos (supongo que dirás que si tú eres el mejor y los alumnos no te aprovechan, los ineficientes son ellos); que faltabas con regular frecuencia a tus clases; que por acudir a eventos de tu partido político, firmaste fraudulentamente como que cumplías con tus horarios y sin embargo abandonabas el recinto universitario; que no preparabas tus clases ni te apegabas a la carta descriptiva, improvisando frecuentemente o tratando temas totalmente ajenos al programa; que escribiste que tu mejor ejemplo de un “gran maestro de derecho” es aquel que ebrio practicó los exámenes a sus alumnos, con una sola pregunta a las tres de la mañana, después de haberlos hecho esperar 19 horas; que te ha llegado el momento Daniel, de –aun en contra de tu voluntad- ceder el espacio a las nuevas y pujantes generaciones, esas que te has esforzado en reprobar; que eres inconsecuente, porque juzgas en otros supuestas acciones indebidas en las que tú mismo has incurrido; que utilizabas tu cubículo en la Facultad de Derecho como domicilio procesal en los litigios donde representabas a aquellos que demandaban a la propia universidad; que cuando fuiste abogado general o director de la Facultad de Derecho estabas perfectamente alineado a los rectores Lloréns y Garavito y a la Junta de Gobierno.
Que en aquella época defendías la autonomía universitaria escribiendo que “las universidades autónomas no guardan frente a los poderes públicos relación alguna de jerarquía ni subordinación”; que la autonomía universitaria hoy en día te importa poco, porque exiges y demandas continuamente la injerencia de los poderes judicial y legislativo en los procesos de autodeterminación y autogobierno de la universidad y que inclusive apoyas a quienes piden a gritos la intervención del gobernador del estado para la remoción de uno de los miembros de la junta de gobierno.

Se dice además Daniel, que continuamente ofendes públicamente y sin empacho a los honorables miembros de la Junta de Gobierno y a los miembros del Consejo Universitario de la UABC, al afirmar que los primeros son subordinados de Mungaray y los segundos lo son del rector, sin más prueba que apreciaciones subjetivas y suposiciones basadas en el sentido de los votos de cada uno de ellos (cuando son contrarios a lo que tú quisieras), negándoles tajántemente su capacidad, inteligencia, raciocinio, albedrío y honestidad.
Que por tu condición de “crítico” suponías que contabas con una patente de corso que te volvía intocable e inimputable y que por eso nadie se atrevería a exigirte responsabilidad por tus faltas.

Que afirmas Daniel, que la rescisión de tu contrato es un atentado contra la libertad de expresión, como si con ello se te impidiera expresarte como hasta ahora lo has hecho; que dices que es un ataque directo a tu suplencia como candidato a senador por el PRD. ¿En verdad lo crees así Daniel?

Muchas cosas se dicen y se escriben Daniel, pero tal vez tú eres  el único que realmente sabe hasta dónde todo lo que se dice de ti es real y a partir de dónde es fantasía o invención de alguna “mente calenturienta”.

Lo que inevitablemente me da pena Daniel, pena ajena, es que teniendo todos los recursos legales y medios de defensa a tu alcance, una vez más (parece que ya se te hizo costumbre) intentas resolver tu problema mediáticamente, con manifestaciones y con acopio de firmas de apoyo y de solidaridad, como si eso contribuyera en algo a anular la rescisión de tu contrato. Y me da pena Daniel, porque es un indicio de que sabes muy bien, que de ventilarse en los tribunales, a través de las instancias que el derecho te otorga, tu caso está perdido, y seguramente sabes que está perdido porque tu expatrón, la Universidad, tiene los elementos probatorios suficientes para acreditar los señalamientos que te hace.

Algunos de esos que dicen conocerte, tal vez queriendo de alguna forma hablar bien de ti Daniel, afirman que sienten simpatía e indulgencia natural hacia tu persona porque les recuerdas mucho al Quijote en el episodio de los molinos de viento: Don Quijote frente a los gigantes. Una parodia de una situación típica de los libros de caballerías —el enfrentamiento del caballero con temibles gigantes—, pero tergiversada por la locura del protagonista, que no ve lo que sus sentidos le indican sino lo que su fe en los libros que ha leído le dice que debería suceder.

Quizás es por eso que dicen Daniel, que con frecuencia  actúas como el enloquecido personaje de Cervantes y que te sientes impelido a enfrentar a lo que tú ves como desaforados gigantes, con quienes intentas hacer batalla y al igual que el Quijote, piensas “quitarles a todos las vidas, para a partir de sus despojos comenzar a enriquecer”.

La pregunta es: ¿Enriquecer a quién Daniel?.

Ya se dice también Daniel, que has decidido inmolarte y ofrecer tus despojos a tu partido y a Marco Antonio para que al menos alguien saque provecho político de ellos, porque se dice, que lo que quieren, quienes mueven los hilos por encima de ti, es que la Universidad se desestabilice y sacuda en tiempos electorales.

Pobre Daniel.